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Las preguntas del amor: ¿cómo anda mi forma de amar?

Las preguntas del amor: ¿cómo anda mi forma de amar?

Cualquier intento por definir el amor se queda incompleto, pero podemos acercarnos a una buena comprensión si reflexionamos acerca de lo que significa para cualquiera de nosotros vivir la vida desde la experiencia del amor.

En el blog pasado (“El amor no es lo que creímos que es”), hablando del analfabetismo afectivo, escribí acerca de lo que NO es el amor. Decía que el amor no es sólo enamorarse, ni es tragedia o sufrimiento, ni es auto-sacrificio, ni es dependencia, ni es ausencia de conflicto, ni es sólo un sentimiento o deseo, ni es posesivo y tampoco es melodrama. Con estas falsas creencias acerca de lo que es el amor se generan muchas confusiones y mucho sufrimiento innecesario.

Pero entonces, ¿qué es eso de la experiencia del amor?

¿Cómo se traduce en la vida cotidiana? Es mucho lo que se ha dicho y escrito acerca de este tema, y al tratar de aportarle algo nuevo debo confesar que siento una mezcla extraña de ignorancia y arrogancia. Bueno, para fluir en mi propósito, cambiaré el enfoque planteando algunas preguntas generadoras:

  1. ¿Cómo explicarle a un niño lo que es el amor?

  2. ¿Cómo transmitirle a un niño la experiencia del amor?

  3. ¿Cómo vivir la experiencia del amor a mí mismo o a mí misma?

  4. ¿El amor se da únicamente en las relaciones de pareja o de familia?

  5. ¿Qué otros tipos de amor existen?

  6. ¿En qué se traduce la experiencia amorosa en la vida cotidiana?

  7. ¿En qué se traduce el amor por la vida?

  8. ¿Qué relación existe entre el amor y la autenticidad?

  9. ¿Qué relación existe entre el amor a la vida y el sentido de vida?

  10. ¿Para qué me sirve el amor?

Para responder estos interrogantes, ayuda mucho entender el amor como una fuerza, una energía, un hálito vital, un impulso interno que construye vida, que no hace daño, que invita a cuidar y a facilitarle al objeto del amor que esté bien, que esté feliz, que despliegue lo mejor de sí, que crezca, que sea sí mismo. En pocas palabras, una fuerza que transforma positivamente todo lo que toca, como dice mi maestro. Si el amor es una fuerza–energía, entonces ¿de dónde sale? ¿Hay una fuente de amor infinito en el universo y en el interior de cada uno de nosotros? ¿Qué tan conectados estamos a ella? ¿Qué tanto permitimos que esa fuerza fluya a través nuestro? ¿Qué lo impide o lo bloquea? Interesantes preguntas para sentarnos a reflexionar.

Pero de nada sirve la fuerza–energía del amor si no se convierte en actos concretos que lleven a esa transformación positiva, así que el amor también es el conjunto de “haceres” que conducen a crear esas posibilidades para que aquello que amamos crezca y despliegue la mejor y más auténtica versión posible de sí mismo. En pocas palabras, el amor es un acto de voluntad que le apunta al crecimiento del ser. Como decían las abuelas: “obras son amores y no buenas razones”. Algo muy interesante de esta forma de amar es que poniéndole algo de sentido común, nos damos cuenta que neutraliza el miedo y la culpa pues si nuestras decisiones y nuestros actos son guiados por el cuidado y el crecimiento de mí mismo, del otro y de lo otro, podemos movernos más tranquilos por la vida con la certeza de que no somos “peligrosos”.

Vivir la experiencia del amor se traduce entonces en permitir que esta fuerza-energía que todos llevamos dentro se manifieste llevándonos a actuar de manera cuidadosa con la vida y con todo aquello que amamos, comenzando por “mí mismo o mí misma” en términos de cuidarme (corporal, mental y espiritualmente), no traicionarme, conocerme y parecerme lo más que pueda a quien verdaderamente soy. También se traduce en desplegar esa capacidad de cuidado con los seres queridos respetándolos y ayudándoles a ser ellos mismos a pesar de las diferencias, comprendiendo además que formamos parte de una unidad común (comunidad) cuyo bienestar o malestar a todos nos afecta.

¿Cómo hacerlo?

¿Cómo favorecer el despliegue de ese potencial amoroso que llevo dentro? Utilizando, a través de la experiencia diaria, ese potencial un poco olvidado y atrofiado que nos hace maravillosamente humanos: el hecho de ser homo sapiens sapiens, la capacidad de darnos cuenta de que nos damos cuenta, la capacidad de saber que sabemos. En una palabra: la consciencia. Utilizando esta capacidad de estar centrados en el aquí y en el ahora podemos actuar desde ese “darnos cuenta” en lugar de hacerlo desde nuestras programaciones, acuerdos, miedos, culpas y taras. Suena fácil pero no lo es mientras no estemos en disposición de hacerlo y ejercitarlo en lo cotidiano; por eso la meditación, el yoga, la oración, la contemplación, el arte, la cocina y cualquier actividad que nos permita entrenar la atención en el momento presente, son tan útiles e importantes. Esto requiere esfuerzo y trabajo, pero vale la pena. El amor es disciplinado y los seres humanos no maduramos solos como las frutas, sino que requerimos trabajo y voluntad, además de una conexión permanente con la fuente del amor y la sabiduría.

¿Cómo reconocer en mí o en cualquier ser humano esa vivencia cotidiana de la experiencia del amor? Vale la pena dejar planteadas algunas preguntas de reflexión y auto-observación que nos orienten a manera de indicadores:

  1. ¿Qué tan perdurable o pasajero es el bienestar que siento con la vida que llevo?

  2. ¿Desde dónde reacciono ante las dificultades? ¿Desde el miedo o desde el amor?

  3. ¿La gente que me rodea (pareja, hijos, parientes, estudiantes, colaboradores, amigos, compañeros de trabajo, extraños, etc.) se sienten incluidos, seguros, tranquilos y alegres cuando yo ando por ahí?

  4. ¿Cómo se refleja en mis relaciones mi forma de amar y de amarme?

  5. ¿Cómo se refleja en mi cuerpo mi forma de amar y de amarme?

  6. ¿Cuáles son las verdaderas intenciones de mis buenas acciones?

  7. ¿Cómo y para qué estoy utilizando el ejercicio de mi poder?

  8. ¿Utilizo mi fuerza amorosa como una luz para afrontar y resolver mis adversidades con sabiduría?

En una frase: ¿Cómo anda mi forma de amar?

Observémonos, pero eso sí, hagámoslo amorosamente para no apalearnos, y recordemos que no se trata de alcanzar la perfección a través del amor, se trata de recuperar la experiencia amorosa para crecer y transformarnos en lo que estamos llamados a ser: la más auténtica y amorosa versión posible de nosotros mismos.

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