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El agua viva y los alimentos vegetales

Nuestra forma de percibir el agua (las aguas) nos determina una actitud frente a ella. En nuestra cultura dominante, en la que la economía ha adquirido el papel central jalonador pero distorsionado de nuestra existencia, ante todo tendemos a verla como un recurso. En esa medida, es para nosotros un objeto o, aún más hoy en día, un bien que se administra, para el cual se presume en el mejor de los casos, un manejo adecuado o uno inadecuado. Se tiende a buscar y valorar un uso racional, la optimización de diferentes indicadores de un supuesto buen manejo. Terminamos por ello colocandole un precio a diversos aspectos relacionados con el agua y por lo mismo, nos distanciamos de ella, la cosificamos; de hecho, nos han inculcado desde pequeños la noción del agua como mineral, y de los minerales como objetos inanimados.

A la vez, en diferentes momentos, paradógica y muchas veces, incoherentemente, nos sentimos maravillados ante la belleza del agua en diferentes estados. En los lagos, en los ríos que se ven cristalinos, en los mares azules, en los nevados, en miles de sitios, nos reconectamos con el agua por su imponencia, su música, el transcurrir del tiempo que nos hace sentir, la frescura con la que asociamos su fluir, y por que seguramente nos despierta sensaciones subconscientes acumuladas a lo largo de miles de años.

Tanto en las situaciones en las que la vemos como un objeto o un bien que se administra, como en aquellas en que nos hace evocar emociones especiales, nos cuesta trabajo conectarnos con el agua como una expresicón de vida, como la fuente, literalmente la fuente sin fin de la vida en este planeta. Más trabajo nos cuesta entenderla como vida en movimiento, en miles de transiciones que manifiestan la vida que es y que hace posible. Tenemos muy arraigada esa percepción de mineral inanimado asociada al agua.

En su libro The hidden messages in water, Masaru Emoto nos invita a ver y sentir el agua de una manera radicalmente diferente. Fue este autor quien ha hecho cientos de pruebas para verificar la reacción o el estado de los cristales de agua ante determinados sonidos, entre ellos nuestra voz y la música, e incluso ante anuncios escritos. Interesante exploración que nos permite reflexionar sobre la vida en sus diversos estados y transiciones, sin los límites categóricos que por lo general le establecemos. Esta y otras visiones de la naturaleza generan polémica en diferentes circulos de la sociedad, pero nos brindan una oportunidad para comprender el comportamiento de los diversos ciclos del agua y de sus estados naturales y de los artificiales por la intervención de los humanos. Tal vez estas visiones alternativas nos permitirán empezar a percibir y asumir la relación con el agua en una forma menos mecánica e instrumental.

Los alimentos nos pueden ayudar a conectar con la dimensión vital del agua, con su integración a nuestras vidas cotidianas, interactuando en forma íntima con cada instante de nuestra existencia. Las personas con hábitos veganos y vegetarianos en su alimentación, desde otra perspectiva nos invitan a sentir el agua de manera diferente, a valorarla en su dimensión esencial. Su sensibilidad frente a los alimentos nos motiva a pensar en las implicaciones de la contaminación, que en el caso del agua como medio que cumple su función de preservar y transmitir vida, se manifiesta mejor entre menos contaminado esté. También nos induce a pensar sobre la escasez del agua, el contraste que en este sentido marca una dieta basada en vegetales con la que exige la producción de ganado vacuno y de sus derivados. Las dos dietas exigen importantes cambios en los cursos naturales del agua, pero el ciclo que contempla alimentar otros animales para alimentarnos nosotros, resulta más demandante en agua y sostiene una secuencia con mayores impactos negativos en otros ciclos naturales.

Somos agua y la composición de la que bebemos hace una diferencia para ese microcosmos que es nuestro interior. La compañia del agua con excesos de azúcar, vía las bebidas gaseosas o de “jugos naturales” que no lo son, tiene efectos contraproducentes que debemos ponderar en su efecto acumulado en el tiempo. La persistencia de residuos en el agua consumida por miles de colombianos sigue siendo fuente de enfermedades inaceptables. En el otro extremo, los tratamientos excesivos del agua con químicos como el cloro, le pueden estar restando algo de su vitalidad para combinarse con sustancias virtuosas de alimentos vegetales. El consumo frecuente de agua, tan recomendado, mejor aún si su composición es la deseable para evitar riesgos de esta índole y para sumarse a esas otras sustancias que buscamos en procura de una dieta sana.

Detengamonos a comtemplar el agua con mayor frecuencia, a compenetrarnos con sus ciclos, con la vida que hace posible, con la que está entrelazada siempre, así nosotros nos empeñemos en fragmentarla y aislarla en una forma que nos impide comprender que el agua está viva. Sin duda lo está cuando comprendemos el ciclo total de las aguas, en su continuidad espacial y temporal, y reconocemos nuestra tendencia a delimitar en forma arbitraria.


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