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Es que no me hallo


¿Alguna vez ha tenido experiencias de malestar, incertidumbre y vacío existencial que le confunden, que no le conducen a ningún lugar y que deterioran su calidad de su vida y sus relaciones? A muchos nos pasa. Son experiencias que generan un sufrimiento que se manifiesta a través de emociones como la ira, la tristeza, el miedo o la depresión, y que inducen a la inmovilidad o a actuar de una manera impulsiva de la cual no es de extrañar que tarde o temprano nos arrepintamos.

Veamos un ejemplo sencillo de la vida cotidiana: amanecí bajo de interés, desanimado, con pereza de ir al trabajo, no quiero ver a nadie, no quiero hablar con nadie. Saludo de mala gana a mi pareja y a mis hijos, veo sólo lo malo, critico al que se me atraviese en el camino, maldigo mi mala suerte, el tráfico, los huecos, el humo y el ruido, llego tarde al trabajo y me gano una indirecta de mi jefe y de mis colaboradores. Sólo han pasado 2 horas del día y todo pinta de lo peor – la ira, la depresión y la inmovilidad van en aumento. De repente – si estoy de suerte – me doy cuenta de que algo está pasando y formulo estas preguntas:

“¿Qué me pasa? ¿Por qué me siento mal? ¿Qué hago acá? ¿Por qué siempre la misma cosa? Es que no me hallo…”

Hasta ese momento, me han sucedido cuatro cosas:

  1. Una sensación de malestar

  2. Darme cuenta

  3. Formularme las preguntas tradicionales

  4. Instalarme en la situación y en una espiral de ira, victimización y malestar ascendente que me distrae, desanima y confunde.

¡Qué bueno romper este ciclo y encontrar la salida! ¿Cómo recuperar la calma y el centro?

Las enseñanzas y las vivencias me motivan a proponer lo siguiente:

Darme cuenta

Es imposible transformar una situación si estoy distraído y no me doy cuenta; lo primero es entonces observarme y aceptar que algo pasa. Soy “homo sapiens sapiens”, sé que sé, me doy cuenta de que me doy cuenta; tengo ese gran potencial que me caracteriza como ser humano, no sólo pienso sino que puedo observar mis pensamientos. Compruébelo: detenga su lectura por treinta segundos y observe sus pensamientos, sus sentimientos, su postura. El problema es que si estoy distraído, no me doy cuenta oportunamente o, peor aún, no me doy cuenta nunca.

El “darme cuenta” puedo vivirlo en dos tiempos:

Primero, aquietarme, para lo cual respirar conscientemente o cualquier técnica de relajación son excelentes alternativas; el famoso “contar hasta diez” es infalible, siempre y cuando se haga con atención y con todo el cuerpo.

Segundo, a medida que retorna la calma, observar atentamente la situación: esto se denomina “auto-distanciarme”, y significa darme cuenta de lo que pasa en mi interior y en el entorno, utilizando precisamente esa cualidad que me hace humano, la posibilidad de observarme. En ese momento, podré además aceptar valientemente y sin juicios que estoy siendo presa de la ira, la envidia, la inseguridad, la victimización, la vergüenza, la necesidad de control, el orgullo o lo que sea que esté pasando. Lo que está pasando, está pasando, no es que sea malo o bueno, simplemente está sucediendo, solo así puedo desenmascararme y acercarme a mi realidad para responder de la mejor forma y seguir adelante.

Formularme preguntas generadoras:

¡Cómo cambian las cosas cuando cambian las preguntas! El “formularme las preguntas” es un paso fundamental para la transformación; la pregunta tiene un poder muy especial pues el cerebro no puede evitar la tendencia a responder de una forma verdadera y transparente. Va un ejemplo: si le pregunto cuántas letras tiene la palabra “paz” o de qué color es el cielo si está de día y no hay nubes, internamente usted pensará, “tres y azul” – así conteste “cuatro y verde”. A la conciencia le queda imposible mentir, otra cosa es que el ser humano mienta impulsado por el miedo o cualquiera de sus programaciones.

Estamos muy condicionados por la necesidad de encontrar culpables, por eso tanta tendencia a preguntar “¿por qué?” Nos movemos en un mundo causal. Romper ese viejo paradigma cuesta trabajo pero vale la pena; es más útil preguntar el para qué de las cosas que nos pasan. El pasado enseña cosas pero no lo podemos cambiar; es más inteligente preguntar qué podemos hacer con lo que nos pasa pues el sufrimiento está asociado a esto.

Veamos algunos ejemplos de preguntas que anulan:

  1. ¿Por qué siempre me salen mal las cosas?

  2. ¿Por qué yo? ¿Por qué nadie hizo algo?

  3. ¿Por qué me siento tan mal?

  4. ¿Por qué tengo que levantarme?

Y ahora estas mismas preguntas reemplazadas por preguntas que iluminan:

  1. ¿Que hay de bueno realmente en esta situación y qué me enseña para que no vuelva a sucederme?

  2. ¿Qué puedo hacer al respecto?

  3. ¿Qué pasa si no cambio? ¿Qué podría hacer que no esté haciendo ahora, para sentirme más tranquilo?

  4. ¿Por qué resultados voy a trabajar hoy para avanzar en mis sueños?

El malestar del alma es más llevadero cuando le encuentro un sentido, un significado, un “para qué”; estar atento y cambiar las preguntas son aspectos que ayudan poderosamente a que ese “para qué” aparezca tarde o temprano.

Actuar coherentemente

Esta puede ser una parte muy difícil pues por las leyes de la inercia nos oponemos a movernos de nuestra zona de comodidad, así ésta no sea tan agradable como quisiéramos. Es algo que tiene mucho que ver con la pereza.

Actuar coherentemente implica hacer algo impulsado por la voluntad de cambiar, de mejorar, de crecer. Esto no es otra cosa que amor. Según Scott Peck en su libro La Nueva Psicología del Amor, el amor es aquella fuerza que motiva y estimula a un ser humano para afrontar sus problemas, actuando de una forma disciplinada en favor del desarrollo y crecimiento de sí mismo o de otra persona. De otro de mis maestros, el sacerdote jesuita Jorge Julio Mejía, escuché que “el amor es esa fuerza maravillosa que transforma positivamente todo lo que toca”.

Actuar coherentemente es entonces hacer lo que haya que hacer para romper ese círculo vicioso y convertirlo en un “círculo virtuoso” a través de actos conscientes de voluntad, motivado por ese deseo de paz, desarrollo y transformación, en un nivel individual y colectivo. Cuando mejoro, el mundo mejora.

En resumen

¿Qué hacer ante la incómoda sensación del “no me hallo”?

  1. Aceptar que algo que no me gusta está pasando en mi interior

  2. Respirar conscientemente o practicar un mecanismo de relajación para aquietar mi cuerpo, mi mente y mi espíritu

  3. Auto-distanciarme: observar abierta y objetivamente qué me pasa y qué pasa a mi alrededor

  4. Formular y contestarme las preguntas reveladoras, generadoras de sentido

  5. Ejercer mi potencial de actuar coherente y amorosamente a través de actos de voluntad dirigidos a mi propio crecimiento y el de los demás.

Por todo esto, cualquier crisis es una oportunidad invaluable de crecimiento y mejoramiento, pero esa oportunidad puede escaparse de nuestras manos si no estamos atentos a vivirla con sabiduría, sencillez y amor propio. Yo los invito a reflexionar acerca de esta propuesta con una condición de vital importancia: no acepten o ignoren ciegamente lo que aquí escribí, sólo pónganlo en práctica con constancia y desarrollen su propia versión, y algún día me cuentan cómo les ha ido y qué otras cosas sugieren.


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