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¡Es que contigo no se puede hablar!

Nuestros hijos van creciendo, los seres humanos cambiamos – es posible que la comunicación se llene de interferencias, ruidos, rayones, bloqueos e interrupciones parecidos a los del viejo televisor cuando el viento tumbaba la antena del techo.

Como la buena educación, la buena comunicación no sólo es cuestión de técnica; es sobre todo cuestión de espíritu. Esto significa un manejo coherente, firme y amable del contexto, del lenguaje, de la escucha, de la pregunta y del conflicto. Presento a continuación algunas reflexiones y elementos prácticos que espero sirvan para sintonizar mejor nuestras comunicaciones intra-familiares e inter-personales.

Comprender el contexto

Considerar y comprender el contexto es fundamental para una buena comunicación. Me refiero a tener en cuenta el “qué”, el “cómo”, el “con quién”, el “dónde”, el “a qué horas”; en pocas palabras, el escenario. Por ejemplo, puedo estar fuera de contexto cuando intento dialogar con Daniel que no aparecía y acaba de llegar con tragos a las cuatro de la mañana, o cuando quiero establecer una reflexión acerca de los valores con Natalia pero sus amigas en este momento están de visita en su habitación, o cuando pretendo que Lina que está encerrada llorando a mares salga y me hable o por lo menos me diga algo, o cuando entro en crisis porque Lucas llegó con un ojo morado y ante mis insistentes preguntas me grita “¡déjame en paz, tú no te metas!” La pertinencia, el realismo y el sentido común son importantes. Antes de actuar por impulso, trate de comprender qué diablos es lo que está pasando.

La asertividad

La asertividad no es agresividad ni es pasividad; asertividad es darse cuenta de lo que está pasando, mantener el centro para no dejarse arrastrar por las emociones y actuar desde un balance “firmeza – claridad – comprensión – amabilidad”. Fácil ¿no? La asertividad requiere entrenamiento, sobre todo si estoy acostumbrado a reaccionar impulsivamente bajo los esquemas anticuados de “la letra con sangre entra” o al conocido “deje así”. La teoría es importante, pero hay que practicar. ¿Quiénes son mis entrenadores? Mis hijos; ellos son mis principales “maestros de paciencia”.

El lenguaje cuidadoso

El lenguaje tiene dos aspectos clave, una dimensión verbal y una dimensión no verbal; al interactuar con otros, no sólo la palabra comunica, todo comunica: también el silencio, la mirada, la postura, la indiferencia, un detalle, la escucha atenta, una lágrima son comunicación. Tanto el lenguaje verbal como el no verbal pueden construir como destruir; pueden acariciar como también golpear y maltratar. El secreto está en el uso cuidadoso del lenguaje, pero al igual que con la asertividad, es cuestión de observar, mantener el centro y actuar con delicadeza.

La pregunta generadora

Las preguntas tienen un gran poder, tanto para unir como para separar, o sea para transformar positiva o negativamente los vínculos, incluso el vínculo conmigo mismo. Las preguntas generadoras enfocan, mueven el pensamiento hacia adelante, llevan a nuevas preguntas y soluciones, animan, inspiran, cuidan. Existen grandes saboteadores a las preguntas que transforman positivamente: la ironía, la generalización, la suposición y la descalificación. Veamos un ejemplo sencillo: una cosa es preguntar “¿Y no se te ocurrió usar la cabeza?” Otra es preguntar “¿Y qué pasó?”

La escucha comprensiva

La escucha comprensiva significa poner atención con todas las dimensiones del ser: el cuerpo (los cinco sentidos), la mente (atención, sentimientos, emociones), el espíritu (el alma y la intuición) y una dimensión muy ignorada que es la dimensión social (todos somos humanos). Mejor dicho, escuchar comprensivamente significa escuchar con la cabeza y con el corazón a un ser que es también humano, que siente, que es único y singular. Nada que nos aleje más de nuestros hijos y deteriore la escucha comprensiva que la necesidad de control, la necesidad de saberlo todo, la necesidad de tener la razón, la necesidad de resolverlo todo de inmediato, la necesidad de perfección y el bendito hábito de suponer. La escucha comprensiva es escuchar con la sincera intención de comprender y conocer integralmente al otro, lo cual no significa aceptarlo, justificarlo o estar incondicionalmente de acuerdo, es escuchar a mis hijos haciéndoles sentir y saber que, independientemente de lo que pase, me importan y los amo.

La tensión

Y por último, la tensión: ¿cómo aprovechar el conflicto para crecer como personas? La crianza y vida misma serían aburridísimas y vacías sin el conflicto. Es a través de éste que se dan las tensiones que me mueven a cambiar, a parar, a seguir en diferente dirección, a pensar distinto, a poner límites, a expresar pensamientos, emociones y sentimientos, a buscar salidas, a conocer y comprender mejor. El problema surge cuando percibo el conflicto como algo “malo” que debe ser evitado y erradicado, o asumo una actitud de víctima instalándome en él. Los conflictos son para “meterse” en ellos, son maravillosas oportunidades para conocerme, para conocer a los demás y para aprender. ¿Por qué? Porque para resolverlos inteligente y decentemente, no me queda otro camino que desplegar “lo mejor” de mí mismo y avanzar en el camino.

En resumen

La buena comunicación con mis hijos y con todos no sólo es cuestión de técnica; es sobre todo cuestión de espíritu.

Técnicamente, esto significa que yo afine un manejo realista, asertivo y amable del contexto de cada situación, del lenguaje verbal y no verbal, de la escucha comprensiva, de las preguntas generadoras y del manejo inteligente del conflicto como oportunidad.

Espiritualmente, significa que desde el ser humano consciente y amoroso que me habita, deje salir lo mejor de mí mismo amando sin condiciones, dándome cuenta de lo que pasa en mi interior y mi entorno, viviendo en el aquí y en el ahora, manteniendo el centro, actuando consecuentemente y esquivando las trampas del “deber ser”.

Como siempre, los invito a reflexionar acerca de esta propuesta con una única condición: no acepten o ignoren ciegamente lo que aquí se dice, sólo pónganlo en práctica con constancia, desarrollando su propia versión, y algún día si se animan, me cuentan cómo les ha ido y qué otras cosas sugieren.


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