top of page

COP 21: Del barrio a la biósfera

En el libro “Crecimiento Cero”, el Club de Roma incluyó dos gráficos que conviene resaltar. En uno presentó las proyecciones de entonces, hace cuarenta y cinco años, sobre las emisiones de dióxido de carbono. Se cumplieron. Poco contaron las advertencias de esa época, cuando los temas ambientales apenas empezaban a ser reconocidos como un reto planetario. Cerca de cinco décadas después de debate ambiental y desarrollo y gestión institucional, y gracias a la sofisticación de las investigaciones en torno al concepto del cambio climático, se tienen que reconocer avances, no tan definitivos como quisieramos sin lugar a duda.

Avances que tienen relación con el otro gráfico, donde se ilustra cómo tendemos a comportarnos en relación con el espacio y el tiempo. En el eje horizontal vemos el despliegue en el espacio de nuestras actividades, desde el ámbito de las familias hasta las acciones sociales y políticas con alcance planetario. En el eje vertical se presenta nuestra actividad entre el muy corto y el largo plazo, significando con ello qué tan inmediatista o visionario es nuestro comportamiento como individuos y en los colectivos a que pertenecemos. Esa ilustración sencilla nos invita a pensar en el contraste drámatico existente entre nuestra conducta cotidiana y las acciones que como colectivos debemos adoptar cuando nos planteamos preservar lo rescatable de nuestras culturas.

Cuando reflexionamos y expresamos nuestras inquietudes frente a los principales responsables de propiciar ese cambio cultural, las entidades públicas y los sectores empresariales dominantes, lo hacemos muchas veces sin comprender que su transformación necesita una movilización generalizada y estable de la ciudadanía. A menudo nuestro actuar carece de la coherencia exigida por la inminencia y la magnitud de los cambios propios de los retos globales. Nos absorve la cotidianeidad, a muchos la simple sobrevivencia. Como sociedad civil terminamos delegando, a veces en personas erradas, y cuando nos organizamos por lo general llegamos a niveles limitados de acción conjunta. Como no nos apropiamos de las instituciones que son de todos y tampoco pertenecemos a procesos organizados que gestionen nuestras inquietudes y propuestas, terminamos moviéndonos en el rincón más cercano al punto de encuentro de esos dos ejes del gráfico, es decir, vivimos un día a día con mirada de corto plazo y en el ámbito más local que podemos imaginar, el reducto seguro, para algunas no tanto, de nuestras familias.

Por eso, conviene que nos hagamos preguntas cuando salgamos a caminar en nuestras cuidades, evadiendo a los ciclistas bien intencionados pero imprudentes, a los motociclistas que no quieren perder un minuto aunque parecen indiferentes a la salud de sus pulmones y a ese humo innecesario de los buses chatarrizables. Preguntarnos por ejemplo: ¿Por qué no tenemos una inversión contundente en ciclorutas, con vías seguras para esos ciclistas?; ¿Cuáles son las implicaciones ambientales de nuestra política alimenticia, que hace posible la compra de comida incierta en negocios improvisados en el espacio público de las ciudades?; ¿Por qué la política de movilidad permite todavía tanto desorden y tantas carencias en el transporte público de todas las ciudades del país?; o ¿Qué tan acertada es la inversión en infraestructura vial en Colombia para reconocer el bienestar de todos en las diferentes regiones del territorio y prevenir los sobrecostos del cambio climático?

Y cuando tratemos de responder esas preguntas, es deseable que tengamos diversos criterios y consideraciones, tales como: asumir que es mejor anteponer el bien común, algo elemental pero no siempre presente; reconocer la existencia de cientos de grupos y de miles de personas activas en cambiar el estado de las cosas en muchos frentes, desde quienes buscan una conexión entre nuestros hábitos alimenticios, la salud y la reducción de los impactos ambientales de toda índole, hasta quienes demandan innovaciones tecnológicas que nos hagan menos dependientes de la hidrolectricidad y los combustibles fósiles, pasando por esas organizaciones valiosas que en medio de nuestro rezago político persisten en confrontar los atropellos de los derechos humanos y reivindican la defensa de la vida digna en todas sus expresiones; y arrebatar la política de las manos de los politiqueros y de la corrupción, empezando por comprender que la política es la expresión de nuestra conciencia colectiva y el principal vehículo para articular nuestra interacción con las diversas instituciones que deben interpretar y canalizar los grados de esa conciencia.

De esta forma nos moveremos en nuestras vidas del ámbito del barrio al de seres conscientes partes responsables de la biósfera, e integraremos en nuestras vidas eso que a veces es tan elusivo porque es difícil de conectar con el día a día, el largo plazo o el planeta que dejaremos a las generaciones que nos sucederán.


Entradas destacadas
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
No hay tags aún.
bottom of page