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COP 21: ¿Francia en estado de guerra?


Las guerras nos impiden concentrar en la transformación que debemos emprender de la cultura dominante para ser viables como especie, donde una adecuada relación con el resto de la naturaleza será cada vez más definitiva.

Los colombianos conocemos el estado mental que genera una guerra prolongada en el tiempo y extendida en el territorio. Sin duda, esa guerra la han vivido mucho más quienes la padecen como desplazados, secuestrados, torturados y desaparecidos, que aquellos para quienes la guerra, y de paso sus decisiones electorales, tuvieron relación con el hecho que no podían pasear por el país con tranquilidad. Los más de 110.000 muertos y los más de 5 millones de desplazados son indicio claro que afrontamos frecuentes situaciones de terror durante más de cincuenta años. Un promedio de 6 muertos diarios y de 275 personas diarias desplazadas durante esas cinco décadas, nos presenta como un país con alta violencia entre sus conciudadanos. Altos costos humanos a los que se suman decenas de billones de pesos dilapidados en los comerciantes de la guerra, en contratos irregulares y en favorecer a quienes concentraron tierras a precios bajos. Somos un país que conoce la guerra reciente, pero no las extremas que vivió Europa en la primera mitad del siglo pasado.

En el caso de Francia un evento global como la reunión veintiuno de la Conferencia de las Partes en Cambio Climático, obliga a colocar en perspectiva los eventos violentos de hace unas semanas en París. Sus dirigentes y los medios se esforzaron en proyectar ante el mundo un estado de guerra y tensión interna producto de esa media docena de atentados. Sin embargo, se vive una cotidianeidad casi por completo ajena a ese estado de cosas, lo que hace muy difícil imaginar que esas actitudes se pueden justificar, en particular declarar a la nación en guerra. Además de esa declaración del presidente, múltiples fuentes dieron la imagen de los hechos como el momento más violento en Francia después de la segunda guerra mundial. Una percepción que pretende interpretar los hechos como una situación de extrema violencia, pero que con un poco de reflexión termina por subrayar la desproporción de las reacciones.

Cuando los gobernantes se empeñan en responder con una vehemencia desmesurada a hechos cuestionables pero lejos de constituir una situación de la escala que la presentan, actúan sin la ecuanimidad deseable y el liderazgo que requiere la gestión de estado en su conjunto. A menudo se comportan con la lógica de las próximas elecciones y anteponen las percepciones de sus electores, antes que la variedad de demandas y necesidades del país y del mundo. Si fuera tan solo un asunto de la elección de turno o de sus audiencias inmediatas, sería algo manejable. El problema reside en la orientación de ingentes recursos financieros y humanos a asuntos menos prioritarios. Las guerras son demandantes en personal, financiación y en el control a los recursos exigidos por esos estados mentales que alimentan, muchas veces bastante paranoicos.

En el 2008 los gobernantes encontraron indispensable rescatar instituciones financieras con descalabros de alto impacto social, a lo que se llegó por los manejos irregulares de directivos con millonarios contratos. Cuando lo hicieron, desviaron miles de millones de dólares de diversas naciones hacia un rescate que nunca se les cobró en su totalidad a esos empresarios y a sus instituciones, ni tampoco propició reformas de fondo al sistema financiero mundial. Ahora con los actos de terror, sin duda repudiables, la sociedad internacional puede embarcarse en otro proceso de financiación de sectores económicos –el militar y el de seguridad ante todo- que concentran poderes y beneficios sin necesariamente retribuir los costos sociales de sus acciones, ni aportar al bienestar que se predica estar protegiendo. Esta vez los desbalances serán a costa de la inversión en múltiples requerimientos sociales y ambientales de orden global y de nutrir aún más las sensaciones de inseguridad que caracterizan a nuestras sociedades contemporáneas.


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